MADRE
Son aproximadamente las 4 de la tarde, estoy sentada en
una banquita blanca, esperando mi turno para mi cita médica, traigo puesto algo
suelto, para que todo sea más fácil al
momento de mi chequeo. La cola es larga, así que evidentemente pasaré un buen
tiempo aquí. La verdad nunca me gustaron los hospitales, quizás
porque mis recuerdos relacionados a este lugar no son para nada buenos; pero tengo
que venir periódicamente para ver si todo marcha correctamente en mi organismo.
Hace unos 10 años
me detectaron síndrome de ovario poliquístico, gracias a este síndorme me quedé
“estéril” y ahora estoy en tratamiento
por ello, esa es la razón por la que siempre vengo al hospital. Pero mi cita de hoy
podría cambiar por todo lo que he estado
luchando, mejor dicho vine para
confirmar algo que hace mucho tiempo vengo deseando y por más que quiera no lo
he podido lograr.
Mientras espero mi turno, observo a mi alrededor, como si
estuviera buscando algo, mejor dicho a alguien; alguien con quien conversar y
pasar el rato de aburrimiento, pero nadie me llama la atención, todas parecen
encontrar cosas más interesantes en su celular que socializar con las personas,
¡que desesperante!. No pasaron ni 5 minutos cuando de pronto vi llegar a una
jovencita, de aproximadamente 15 o 16 años, de
contextura delgada, trae puesto
un vestidito celeste que resalta su hermosa barriguita; está nerviosa y en su expresión
se refleja lo incómodo que es cuando todas las miradas se centran en ti y te
juzgan, como si fueras tú lo peor del mundo. Inmediatamente me vi en ella y no pude evitar recordar
lo que me había pasado hace quince años atrás,
Mi historia comienza a los 14 años, cuando en la
secundaria ingresó un compañero nuevo, a decir verdad no me interesaban los
chicos de mi colegio hasta ese momento; él parecía diferente, él era diferente. Así pasaron los
meses y me había vuelto muy cercana a él, estudiábamos juntos, comíamos juntos
y sin darme cuenta ya me había enamorado. No pasó mucho, para que él se diera cuenta que también le
gustaba; me pidió que fuera su enamorada y como sueño hecho realidad acepté sin
pensarlo dos veces. Pero mi felicidad sólo duraría un año, era poco a
comparación de todo el tiempo que ya habíamos planeado estar juntos, lo cierto
es que su situación económica no era
estable, lo que obligaba a sus padres a mudarse a cada rato; hubiese estado
tranquila si sólo era mudarse de casa, pero no, se mudaría a otra región, como
de costumbre y eso a los 15 años significaba que no lo volvería a ver. Faltando una semana
para que él se vaya, me pidió la famosa “prueba de amor”, sé que a estas
alturas eso suena completamente estúpido, pero yo cegada por la ilusión,
acepté. He ahí el inicio de mi tormento.
Pasaron dos meses desde aquella noche y él ya se había
ido, por tanto había perdido comunicación con él. Mi vida continuaba, pero algo no estaba bien, me sentía
diferente, empecé a asquear muchas cosas, cosas que me gustaban y empecé a
tener gusto por otras. Sentía más sueño que de costumbre, estos síntomas me
hicieron dudar; no me preocupaba si no me bajaba la regla porque soy irregular,
así que no sabía cuándo era fértil y cuando no. Las cosas comenzaron a empeorar cuando mi madre se dio
cuenta, soy de una familia muy conservadora, por tanto estar embarazada a esta
edad sería una desgracia y vergüenza para la familia.
Mi madre sin decirle nada a mi padre me llevó a un centro
médico para hacerme una prueba de embarazo, pasaron los minutos y mi peor temor
se volvió realidad, el test salió positivo, por tanto ESTABA EMBARAZADA, en ese
momento sentí como todo se me venía
abajo, no podía ver a mi madre a la cara, sentí como si un gran peso se posaba
sobre mis hombros y lo único que pude hacer fue soltar en llanto. Llegamos a
casa y mi madre no sabía cómo iba a decírselo a mi padre, era un deber que yo
debía hacer pero que no quería afrontar, al menos no con mi padre. No recuerdo
más de qué pasó aquella vez, lo único que recuerdo fue la gran cachetada que me
dio mi padre y en ello un rostro lleno de decepción. Pasaron 6 meses, seis
meses que no pude comunicarme con el padre de mi bebé, quién había desaparecido
de la faz de la tierra. En ese tiempo me enteré que mi bebé era una niña y todos los días me imaginaba su pequeño
cuerpecito sobre mis brazos, besar su pequeña carita e imaginarme mi vida con
ella.
Por cosas del destino mis padres tuvieron que viajar a la
capital, me quedé sola en casa. Me puse a ver la televisión y cuando me paré
para dirigirme al baño sentí cómo un líquido bajaba por mis piernas, pensé que
ya me había orinado, limpié todo y continúe con lo que estaba haciendo, una
hora después empezaron los dolores, me asusté muchísimo porque tenía ocho meses
y aún no era el tiempo para que nazca mi niña. Llamé a mis padres y me dijeron
para mantener la calma, ordenara mis cosas y me dirigiera al hospital, mi madre
tomaría el primer vuelo de regreso para que esté conmigo en este largo y
doloroso proceso. Eran las tres de la mañana y las contracciones eran cada vez
más fuertes, pasaron las horas hasta que por fin luego de tanta espera y tanto
esfuerzo, un 24 de Febrero a las 8 de la mañana nace una hermosa niña, en ese
momento con la poca fuerza que me quedaba vi cómo los médicos hacían esfuerzos
para revivir a mi hija, quien se había asfixiado con el cordón umbilical, luego
perdí el conocimiento.
Cuando desperté mi mamá estaba conmigo, lo primero que
dije fue:” ¿Dónde está mi bebé?” Mi mamá con preocupación me dijo que su
situación era delicada y que debía prepararme para lo peor. Aun así exigí
verla, concedieron mi petición, fui a hasta donde ella estaba, al verla en una
incubadora, entubada rompí en llanto, ella era todo para mí, sabía que dejaba
las muñecas para empezar con una de carne y hueso, sabía que desde ahora ya no
era sólo yo, sabía que mi vida se concentraba sólo en ella y tenía miedo de
perderla. Pasaron los días y su condición no mejoraba, yo estaba a su lado el
mayor tiempo posible, a veces mi madre tomaba mis turnos para yo poder
descansar, pero en ese momento era lo que menos quería hacer. A sólo semanas para mi cumpleaños, me
dieron la peor noticia de mi vida, mi hija, mi niña había muerto. Entré en
shock, sentí un vacío inexplicable como si me hubiese arrancaron algo, todos
mis planes, mi vida con ella había desaparecido, entré en desesperación, nadie
me decía qué había pasado, ¿Por qué mi niña ya no estaba? ¿Cómo es eso posible?
¿Ahora qué haré sin ella? Los doctores trataban de calmarme, pero era inútil,
nadie puede calmar el dolor que siente una madre al perder a su hijo.
Después de ese traumático episodio, se reveló que desde
el principio hubo negligencia médica al no actuar rápido ante el asfixio de mi
hija con el cordón umbilical, luego cuando pusieron a una practicante al
cuidado mi niña y ésta administrara mal el medicamento, causándole la muerte a
mi pequeña. Clamé por justicia, pero no se puede hacer mucho ante un país tan
corrupto donde el dinero y los contactos están por encima de todo.
Desde allí los hospitales me traen un mal sabor de boca,
al recordar toda esa etapa de sufrimiento, hoy 15 años después al ver a aquella
chica no puedo evitar pensar en cómo sería mi hija, cómo sería su sonrisa y
cómo sería mi vida con ella. Mientras pienso en eso escucho mi nombre, por fin
llegó mi turno. Entro al consultorio, empiezo a decir todo lo que me aqueja,
mis dudas y luego de un montón de preguntas y un chequeo, el médico me dice que
es necesario que me haga un test de embarazo, a lo que me sorprendí pero al
mismo tiempo lo estaba esperando. Pese a todo lo que pasé, ya me sentía
preparada para ser nuevamente madre, pero las cosas ahora se son complicadas
porque el tratamiento en el que estoy puede que funcione, pero hay una mínima
de posibilidad.
Luego de unos minutos, el doctor entra por la puerta con
el resultado en mano y con una gran sonrisa en el rostro me dijo: Felicidades
usted está ¡EMBARAZADA!
VALESAA