jueves, 29 de noviembre de 2018

CRÓNICA MADRE


MADRE
Son aproximadamente las 4 de la tarde, estoy sentada en una banquita blanca, esperando mi turno para mi cita médica, traigo puesto algo suelto, para que todo sea más fácil  al momento de mi chequeo. La cola es larga, así que evidentemente pasaré un buen tiempo aquí. La verdad nunca me gustaron los hospitales, quizás porque mis recuerdos relacionados a este lugar no son para nada buenos; pero tengo que venir periódicamente para ver si todo marcha correctamente en mi organismo.
Hace unos 10  años me detectaron síndrome de ovario poliquístico, gracias a este síndorme me quedé “estéril” y ahora  estoy en tratamiento por ello, esa es la razón por la que siempre vengo al hospital. Pero mi cita de hoy podría cambiar por todo lo que he  estado luchando, mejor dicho vine  para confirmar algo que hace mucho tiempo vengo deseando y por más que quiera no lo he podido lograr.
Mientras espero mi turno, observo a mi alrededor, como si estuviera buscando algo, mejor dicho a alguien; alguien con quien conversar y pasar el rato de aburrimiento, pero nadie me llama la atención, todas parecen encontrar cosas más interesantes en su celular que socializar con las personas, ¡que desesperante!. No pasaron ni 5 minutos cuando de pronto vi llegar a una jovencita, de aproximadamente 15 o 16 años, de contextura delgada, trae puesto un vestidito celeste que resalta su hermosa barriguita; está nerviosa y en su expresión se refleja lo incómodo que es cuando todas las miradas se centran en ti y te juzgan, como si fueras tú lo peor del mundo. Inmediatamente me vi en ella y no pude evitar recordar lo que me había pasado hace quince años atrás,
Mi historia comienza a los 14 años, cuando en la secundaria ingresó un compañero nuevo, a decir verdad no me interesaban los chicos de mi colegio hasta ese momento; él parecía diferente, él era diferente. Así pasaron los meses y me había vuelto muy cercana a él, estudiábamos juntos, comíamos juntos y sin darme cuenta ya me había enamorado. No pasó mucho, para que él se diera cuenta que también le gustaba; me pidió que fuera su enamorada y como sueño hecho realidad acepté sin pensarlo dos veces. Pero mi felicidad sólo duraría un año, era poco a comparación de todo el tiempo que ya habíamos planeado estar juntos, lo cierto es que su situación económica  no era estable, lo que obligaba a sus padres a mudarse a cada rato; hubiese estado tranquila si sólo era mudarse de casa, pero no, se mudaría a otra región, como de costumbre y eso a los 15 años significaba que no lo volvería a ver. Faltando una semana para que él se vaya, me pidió la famosa “prueba de amor”, sé que a estas alturas eso suena completamente estúpido, pero yo cegada por la ilusión, acepté. He ahí el inicio de mi tormento.
Pasaron dos meses desde aquella noche y él ya se había ido, por tanto había perdido comunicación con él. Mi vida continuaba, pero algo no estaba bien, me sentía diferente, empecé a asquear muchas cosas, cosas que me gustaban y empecé a tener gusto por otras. Sentía más sueño que de costumbre, estos síntomas me hicieron dudar; no me preocupaba si no me bajaba la regla porque soy irregular, así que no sabía cuándo era fértil y cuando no. Las cosas comenzaron a empeorar cuando mi madre se dio cuenta, soy de una familia muy conservadora, por tanto estar embarazada a esta edad sería una desgracia y vergüenza para la familia.
Mi madre sin decirle nada a mi padre me llevó a un centro médico para hacerme una prueba de embarazo, pasaron los minutos y mi peor temor se volvió realidad, el test salió positivo, por tanto ESTABA EMBARAZADA, en ese momento sentí como  todo se me venía abajo, no podía ver a mi madre a la cara, sentí como si un gran peso se posaba sobre mis hombros y lo único que pude hacer fue soltar en llanto. Llegamos a casa y mi madre no sabía cómo iba a decírselo a mi padre, era un deber que yo debía hacer pero que no quería afrontar, al menos no con mi padre. No recuerdo más de qué pasó aquella vez, lo único que recuerdo fue la gran cachetada que me dio mi padre y en ello un rostro lleno de decepción. Pasaron 6 meses, seis meses que no pude comunicarme con el padre de mi bebé, quién había desaparecido de la faz de la tierra. En ese tiempo me enteré que mi bebé era una niña y  todos los días me imaginaba su pequeño cuerpecito sobre mis brazos, besar su pequeña carita e imaginarme mi vida con ella.
Por cosas del destino mis padres tuvieron que viajar a la capital, me quedé sola en casa. Me puse a ver la televisión y cuando me paré para dirigirme al baño sentí cómo un líquido bajaba por mis piernas, pensé que ya me había orinado, limpié todo y continúe con lo que estaba haciendo, una hora después empezaron los dolores, me asusté muchísimo porque tenía ocho meses y aún no era el tiempo para que nazca mi niña. Llamé a mis padres y me dijeron para mantener la calma, ordenara mis cosas y me dirigiera al hospital, mi madre tomaría el primer vuelo de regreso para que esté conmigo en este largo y doloroso proceso. Eran las tres de la mañana y las contracciones eran cada vez más fuertes, pasaron las horas hasta que por fin luego de tanta espera y tanto esfuerzo, un 24 de Febrero a las 8 de la mañana nace una hermosa niña, en ese momento con la poca fuerza que me quedaba vi cómo los médicos hacían esfuerzos para revivir a mi hija, quien se había asfixiado con el cordón umbilical, luego perdí el conocimiento.
Cuando desperté mi mamá estaba conmigo, lo primero que dije fue:” ¿Dónde está mi bebé?” Mi mamá con preocupación me dijo que su situación era delicada y que debía prepararme para lo peor. Aun así exigí verla, concedieron mi petición, fui a hasta donde ella estaba, al verla en una incubadora, entubada rompí en llanto, ella era todo para mí, sabía que dejaba las muñecas para empezar con una de carne y hueso, sabía que desde ahora ya no era sólo yo, sabía que mi vida se concentraba sólo en ella y tenía miedo de perderla. Pasaron los días y su condición no mejoraba, yo estaba a su lado el mayor tiempo posible, a veces mi madre tomaba mis turnos para yo poder descansar, pero en ese momento era lo que menos quería  hacer. A sólo semanas para mi cumpleaños, me dieron la peor noticia de mi vida, mi hija, mi niña había muerto. Entré en shock, sentí un vacío inexplicable como si me hubiese arrancaron algo, todos mis planes, mi vida con ella había desaparecido, entré en desesperación, nadie me decía qué había pasado, ¿Por qué mi niña ya no estaba? ¿Cómo es eso posible? ¿Ahora qué haré sin ella? Los doctores trataban de calmarme, pero era inútil, nadie puede calmar el dolor que siente una madre al perder a su hijo.
Después de ese traumático episodio, se reveló que desde el principio hubo negligencia médica al no actuar rápido ante el asfixio de mi hija con el cordón umbilical, luego cuando pusieron a una practicante al cuidado mi niña y ésta administrara mal el medicamento, causándole la muerte a mi pequeña. Clamé por justicia, pero no se puede hacer mucho ante un país tan corrupto donde el dinero y los contactos están por encima de todo.
Desde allí los hospitales me traen un mal sabor de boca, al recordar toda esa etapa de sufrimiento, hoy 15 años después al ver a aquella chica no puedo evitar pensar en cómo sería mi hija, cómo sería su sonrisa y cómo sería mi vida con ella. Mientras pienso en eso escucho mi nombre, por fin llegó mi turno. Entro al consultorio, empiezo a decir todo lo que me aqueja, mis dudas y luego de un montón de preguntas y un chequeo, el médico me dice que es necesario que me haga un test de embarazo, a lo que me sorprendí pero al mismo tiempo lo estaba esperando. Pese a todo lo que pasé, ya me sentía preparada para ser nuevamente madre, pero las cosas ahora se son complicadas porque el tratamiento en el que estoy puede que funcione, pero hay una mínima de posibilidad.
Luego de unos minutos, el doctor entra por la puerta con el resultado en mano y con una gran sonrisa en el rostro me dijo: Felicidades usted está ¡EMBARAZADA!


VALESAA